miércoles, 15 de octubre de 2008

¡Tres! ¡Dos! ¡Uno!… ¡YAAA!


Por Guillermo Zuviría (Salta)

Mientras la Bolsa de Tokio se desploma, el Dow Jones pierde en un día el 6% de su valor y el mundo de las finanzas en Buenos Aires consume toneladas de café frente a los televisores, disfruto en Salta, alejada de esos centros de poder, de algunos momentos desestresantes y hasta pintorescos.
Habiendo comprobado que nuestra empleada Ana Lía aparte de andar rápido en sus quehaceres, andaba rápido en su bicicleta, medio de transporte que usa diariamente para ir y venir desde su casa a la mía atravesando la ciudad y esquivando opas motorizados, se me ocurrió la idea de hacerla participar en las carreras de montan-bike como lo hace Ramirín en Córdoba, pero a través de los cerros y ríos pedregosos de nuestra provincia y con la bicicleta que Nicolás guarda celosamente desde hace varios años en Las Pircas.
Para ello, después de comunicárselo y habiéndome contestado: -¡Si señor! averiguando fui a parar a un gimnasio medio moderno, con música tipo afro-americana, donde tipos y chicas saltando a un ritmo vertiginoso trataban de bajar de peso por que ya se nos viene el verano del 2009 encima, y allí me enteré que el “Premio 12 de Octubre” se hace ¡la semana que viene!, nunca me imaginé que era una competencia del Calendario Provincial, y allí la anoté a Ana Lía como debutante.
Inmediatamente largué con los preparativos del bólido, en un bicicletero al que tuve que llevársela en tres oportunidades para que lograra dejarla funcionando.
Niki, para apoyar la empresa le dijo: ¡Ana Lía, le voy a regalar una gorra con visera para que cuando corra no le moleste el sol de frente! Y llegamos sin más tiempo al día de la largada.
A las nueve en punto llegué al lugar de reunión, puntual como un viejo militar retirado que le sobra el tiempo, donde habían tres gatos pero enseguida comenzaron a llegar los participantes como una nube de mosquitos, autos con dos o tres o cinco bicicletas de última generación trepadas en el techo y colgadas en el baúl, camionetas, ambulancia con cuatro gordos de impecables guardapolvos verde agua, apretados y balconeando desde la cabina de la combi con espacio sólo para tres, “el móvil” de la policía con las balizas prendidas y los agentes con sus chalecos fosforescentes que los sacan solamente para estos pocos eventos ciudadanos, y quedamos en el medio del circo con nuestra humilde bicicleta metida dentro del baúl del auto que me daba vergüenza sacarla, sin amortiguadores, con frenos de quinta generación pero generaciones pasadas de moda, totalmente descolorida por los años a la intemperie en las Pircas, y ausente de todo adelanto tecnológico, pero no todo es desventaja en nuestro bólido, jamás pulsé una bicicleta más liviana que esa, no se de que la habrán hecho.
Allí me di cuenta que la única que no llevaba casco protector era Ana Lía, pero si “gorra con visera para que cuando corra no le moleste el Sol” como le dijo Niki, pero blanca, que nos permitía individualizarla desde lejos en el pelotón de corredores.
Un gringo alto, de sombrero de paja, cronómetros colgados en el cogote, medio panzón y de nariz y brazos largos dirigía a un equipo de competidores que viajaron desde Orán: ¡Traigan el mapa aquí! –Comenzó diciendo en vos alta y por encima de los oriundos lugareños, morochos, petisos, enjutos y con los brazos y piernas tan flacas como los caños de sus bicicletas, típico ciclista norteño que corre bajo un sol demoledor. - ¡El primer puesto de apoyo y reaprovisionamiento lo colocaremos aquí, y el segundo acá! -señaló en el mapa. Esto me empezaba a traer cargo de conciencia por mi falta de previsión, pero le había dicho a nuestra competidora, quién no tenía ninguna intención de desertar y de una resistencia de hierro: -¡Si se cansa, Ana Lía, se mete en la casa de las Pircas por donde pasa el circuito, que allí estaremos nosotros, y nos pegamos la vuelta!
Le dieron número a cada competidor previo pago religioso de la cuota de inscripción, y salieron en trencito a la ruta haciendo precalentamiento como en Fórmula Uno, con un auto con las balizas encendidas, adelante, y otro en la cola del pelotón mientras nosotros seguíamos “por tras”. Los policías, de chaleco nuevo, hicieron sonar sus estridentes pitos y levantando los brazos sin ninguna prudencia se cruzaron en la ruta parando a los automovilistas con rayadas, que ajenos al evento deportivo venían como una bala.
Paró la bandada de competidores a los mil metros de esta largada que había sido simbólica, ya sobre un camino de tierra, y los hombres con total naturalidad y desparpajo abandonaron la bicicleta en el suelo y con su inveterada costumbre se fueron a mear a los matorrales y pajonales vecinos, como le sucede y hacen los perros cuando encuentran la cubierta de un auto nuevo; pero como corresponde, las mujeres no, ¡pobres! Y luego llegó la cuenta regresiva, ¡tres! ¡dos! ¡uno! ¡”Y largaron la carrera”! Una polvareda y los perdí de vista en un segundo, nunca me imaginé que marcharan a ese ritmo por el camino de piedras. Pasaron por las Pircas a la misma velocidad con que yo me largo por la bajada de mi casa, pero estos después de andar una media hora por la playa del río y otra media hora más subiendo y bajando lomas por un camino de ripio.
A la pobre Ana Lía se le destartaló la bicicleta, creo que en el traqueteo para efectuar el primer cruce del río y estoy esperando que pasen estos feriados para ir a protestar a los bicicleteros de mierda que me prepararon la máquina, aunque Niki ya me dijo: -¡Viejo, tendrías que haber revisado vos la bicicleta!
Pero nuestra ciclista sigue con su entusiasmo intacto. Se bajó de ella en las Pircas y me dijo: -¡Señor, tengo que comprarme un casco y los amortiguadores! Yo creía que me iba a decir -¡vallase al carajo con su ocurrencia!

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